EL HOMBRE PALET

No quiero que mi hija sea olímpica

No quiero que sea olímpica. Ni mundialista, ni campeona nacional, ni regional.

Yo he sido deportista a muy bajo nivel. He competido ya con más de 35 años en natación máster, incluso en algún mundial y he disfrutado de la competición y de la camaradería. De los entrenos, del tercer tiempo en el bar de enfrente, de las concentraciones de los campeonatos. Sí, disfrutado. Mucho.

Pero con los niños funciona de otra manera.

No os voy a hablar de extraescolares de cuarenta y cinco minutos dos tardes por semana. Os hablo de mi hija que con ocho años está federada y compite en natación, baloncesto y triatlón. Un mínimo de tres horas diarias de entreno entre baloncesto y natación. Y el triatlón aún no tengo claro cuántas horas le echa. Es en la semana que está con su madre y no tengo muy claro qué horarios son. Sí. Exacto. Eso.

Mi hija tiene ocho años. No tiene la madurez física para llevar adelante esos entrenamientos titánicos: Una hora de baloncesto. Luego, si da tiempo, una hora de entrenamiento “seco” de natación y sí o sí hora y media de piscina con niños mayores. A veces le hacen entrenar baloncesto con el bañador debajo para no perder tiempo en cambiarse e ir corriendo a nadar. Esas dos actividades son en el mismo club aquí en Sevilla.

Y mucho menos tiene la madurez mental para enfrentarse al fracaso o ni siquiera a la victoria. A esa sensación adrenalínica de recompensa por el entreno bien hecho. Por no haber cometido ningún fallo y haber obtenido el mejor resultado posible. Tocar la pared y ver que eres la primera. Miras a la grada y te están aplaudiendo y gritando. Menudo momento. Lo has conseguido y quieres más. No quieres defraudar a nadie.

Yo veo el mismo circuito de recompensa que la ludopatía. Si tienes la mala suerte de empezar ganando, tu cerebro te va a pedir volver a sentir esa sensación. Hasta que se convierte en adicción.

Pero para brillar en el deporte tienes que sacrificarlo TODO.

Ocio, estudios, familia, relaciones. Para poder sacar muchas horas de entrenamiento diario hay que dejarlo todo a un lado. Todo.

En realidad os quiero hablar de juguetes rotos

Da igual que seas un campeón o que seas normal. Cuando se apagan los focos no queda nada.

Voy a hablar de chavales que en el vestuario, antes de competir en una regional que no va a ninguna parte inhalan Ventolín como si fuera un caramelo para aumentar su rendimiento.

De campeones olímpicos que han acabado en intentos de suicidio. No sé si pensáis que son pocos. Pero no.

Michael Phelps posa con sus medallas olímpicas, 28 en total, 23 oros, paraSports Illustrated el 29 de agosto de 2016, en New York City. CREDIT: Simon Bruty/Sports Illustrated/Contour by Getty Images

Michael Phelps. Es el DEPORTISTA olímpico más laureado de todos los tiempos con 28 medallas. Algo que será muy difícil de superar. Lleva toda la vida luchando contra la depresión. Reconoce haber intentado suicidarse y que ahora lo único que le hace levantarse por las mañanas es acudir a su fundación en la que ayuda a a superar la depresión a otros.

Alcoholismo, terapias de desintoxicación y depresiones constantes son normales en la élite del deporte. Y apenas sabemos nada de los juguetes rotos que no pasan de campeones de su provincia o ni eso pero reciben presiones sobre todo de familiares exdeportistas obsesionados en que su hij@ sea el/la mejor para que le aplaudan a él/ella por sacrificarse tanto llevándola a entrenar/competir.

En mi pequeña investigación para escribir este post me ha sorprendido la cantidad de familias de deportistas que son hijos de directivos de clubs deportivos. De verdad. ¿Quién cree que gana con tanto deporte?

Ian Thorpe, con trece récords mundiales a sus espaldas, llegó hasta a elegir los lugares donde suicidarse.

Ryan Lochte se pilló un pedo en Brasil después de ganar alguna medalla olímpica y casi acaba en la cárcel con lo que, tras la sanción deportiva, pensó en quitarse la vida.

Johnny Weissmuller. Sí, tarzán. El primer récord del mundo del 100 libres que bajó del minuto. en 1922, 58.6 segundos. Una marca por cierto que algunos compañeros cuarentones de piscina pueden hacer. Así es que entrenan como un olímpico de los años veinte. Y son “aficionados”. Quizá no sea obviamente un juguete roto por su carrera cinematográfica, pero también acabó en un psiquiátrico y arruinado. A pesar de que nunca jamás nadie le venció en una competición.

¿Y cuando los focos se apagan qué pasa?

Pasan su vida entrenando y cuando la competición les deja de dar de comer no saben hacer otra cosa. Nadie se preocupó de qué venía después. No era problema suyo. El objetivo lo cumplimos con creces. Bajar tiempos, ganar medallas, obtener resultados para el club. Si luego los críos no pueden con la presión, tienen que doparse para mejorar, o simplemente les jodéis la vida, pues nada, adelante, pero hemos conseguido catorce medallas en el provincial, el club es la hostia. Plas, plas, plas.

También podemos hablar de entrenadores sin escrúpulos que no hacen el más mínimo control de qué paliza física llevan esos niños. Quizá buscan obtener lo que no obtuvieron en sus carreras deportivas. Les hacen rendir como olímpicos a pesar de tener ocho años. “No, no, si conmigo sólo hace una hora y sólo jugamos”. Y no sabe que mi hija a estas alturas de su vida ya está quemada del baloncesto. Pero ¿Qué razón suprema hay que impide que le “desapunten” como ella dice hasta en 20 ocasiones en una conversación de diez minutos de teléfono? ¿Para poder pertenecer al club? ¿Hay subvenciones a las ligas infantiles de baloncesto?

De verdad que se me escapa completamente.

Depresión: Allison Schmitt, María Vilas, Missy Franklin, Brent Hayden, Michael Jamieson, Kelly Holmes, Andrew Flintoff, Paul Gascoigne, Frank Bruno son unos pocos nombres que han salido en google con tan solo buscar deportista y depresión.

Bueno. Nadie les obliga a nadar. ¿Seguro? Sí, claro. Pueden dejarlo y formarse para la vida real, prepararse para la vida de fuera de la competición. Sí, pero, es que entrenar y competir es lo que saben hacer, lo que se les da bien desde hace muchos años. Ahí son los mejores. Su entrenador se lo dice todos los días. Si me hicieras caso podrías ser olímpico. Yo veo en ti hasta dónde puedes llegar. Esas frases ya se las han dicho a mi hija. Tiene ocho años, os recuerdo.

Tengo un vecino que es el entrenador del club de natación de donde vivo. Le dije que quería apuntarla a nadar con el equipo la semana que pasa conmigo, cosas de las custodias compartidas. Y él me dijo que los padres no apuntaban a los niños al club. Que es mucho sacrificio y que él les hacía una entrevista personal al nadador, por joven que fuera, porque había mucho padre (y madre) que los apuntaban para que los niños fueran lo que ellos no habían podido ser.

Así de literal. Me chocó cuando me lo dijo hace dos años, pero ahora mismo tengo que decir que me encanta.

Elisa Aguilar capitana de la selección femenina de baloncesto durante más de diez años: “Desgraciadamente abundan los padres que piensan que sus hijos van a ser unos fenómenos en su deporte y que van a ganar mucho dinero, y por ello, les trasmiten presión a base de gritos, exigencia y broncas… Como ellos no fueron buenos deportistas quieren vivir otra segunda oportunidad a través de sus hijos”.

Deportistas españoles que han sido juguetes rotos tenemos muchos. De hecho juguetes rotos es el título de un documental de Manuel Summers de 1966 en el que buscaba a sus ídolos de la infancia para saber de ellos y ya entonces era desolador el olvido y la misera con los que acababan sus vidas.

Tenemos a Rafa Muñoz. Batió el récord del mundo de los 50 mariposa. Y ahora no quiere saber nada de la natación. Depresión, alcohol, intentos de suicidio. Tuvo que hacerse un control antidoping mientras su pareja daba a luz a su hijo. La federación le daba de lado y lo tildaba como un inestable y un loco. Encima.

Tenemos los suicidios de la joven nadadora olímpica Rosa Estiarte saltando por una ventana delante de los ojos de su hermano Manel, que era compañero del waterpolista Jesús Rollán que también se tiró por la ventana de su centro de desintoxicación, compañeros waterpolistas del oro olímpico de Atlanta 96, con problemas de drogas al menos Pedro García Aguado y Miki Oca. Esos son los chicos de oro de Atlanta 96.

Los chicos de oro de Atlanta 96

Otros juguetes rotos medallistas de Barcelona 92 fueron la gimnasta Carolina Pascual, única medallista en rítmica española, que acabó quemada con 18 y a día de hoy se las ve y se las desea para pagar la hipoteca junto con sus padres. El púgil Faustino Reyes, plata, problemas con drogas, por suerte rehízo su vida y tiene un puesto en el mercado de Marchena (Sevilla). De todos son conocidos los problemas con Hacienda de Arantxa Sánchez Vicario o los “líos” de Iñaki Urdangarín con la política. Para más detalles podéis leer aquí ‘La cara B’ de los medallistas españoles de Barcelona 92.

También está la muerte, en un centro de desintoxicación, del ciclista Chava Jiménez amigo del también difunto Pantani. O la del saltador Yago Lamela, que hasta que la autopsia lo descartó, los medios sospechaban del suicidio por sus constantes depresiones que llegaron a hospitalizarlo varias veces.

Abusos sexuales

Otro tema espinoso del que poco se habla son los abusos sexuales por parte de los entrenadores. La estrecha relación que se crea entre entrenador y deportista no es raro que acabe en boda o en abusos sexuales. Aunque fuera consentido no es una relación entre iguales porque siempre hay diferencia de edad y encima abuso de autoridad ya que eres su entrenador. Lo experimentó en sus propias carnes el decatleta Antonio Peñalver que fue abusado sexualmente por su entrenador Miguel Ángel Millán, finalmente condenado por abusar de otros dos deportistas menores. Rocambolesca historia porque este entrenador ya fue expulsado de un pueblo por abusar de menores en el colegio que daba clases y sin embargo la federación de atletismo de José María Odriozola le convirtió en técnico de referencia. Más de una docena de víctimas retalaron los abusos que sufrieron por parte de este monstruo.

El peligro no está en que tus hij@s jueguen a Fortnite. El problema está en dejarla a solas con su entrenador o con un cura. Después de los familiares directos, son los principales abusadores sexuales de menores. ¿Habéis buscado un poco en Google?

Abuso sexual cura tiene catorce millones y medio de resultados
Abuso sexual entrenador tiene más de cinco millones de resultados

Hay varios nombres que no escribo porque se me coge un nudo en la garganta por esas familias que a día de hoy declaran que las muertes de sus hij@s han sido fatales accidentes para poder seguir adelante con sus vidas.

Y luego está el futuro profesional. ¿Qué le espera a un deportista de élite? Julia Vaquero, ex campeona de España de los 5.000 metros le esperaba la indigencia y una enfermedad mental. Ya he hablado de algún caso anterior en los que no tienen ni para pagar la hipoteca.

El caso más reciente que tenemos es el de Blanca Fernández Ochoa. La primera medallista olímpica española. Ni siquiera le gustaba la nieve ni el frío. Pero la presión del entorno le obligaba a entrenar y competir interna en una residencia para deportistas desde los once años. Se acaba suicidando este 2019.

Blanca Fernández Ochoa en el homenaje a su hermano en 2006

Recuerdo hablando con un triatleta español, élite del triatlón de larga distancia mundial, que afirmaba que la mayoría de ciclistas no tenían nada más en su vida. Ni estudios ni futuro. Sólo sabían pedalear. Por eso, cuando el médico les dice, tómate una de estas para rendir más, su entrenador les da dos y él se toma tres. Me dejó helado. Se saben sin futuro. Se la juegan todo en la carretera en cada carrera.

Seguro que el deporte es bueno para nuestros cuerpos y aporta grandes valores, dicen. Pero me temo que hablan del deporte salud. No lo que hace mi hija. Estoy completamente en contra de que se exploten las vidas de los niños, que se pierdan su juventud y su infancia entre horas y horas de entrenamientos, dietas y competiciones.

¿Para qué?

Os dejo de postre una interesante película de netflix, Yo, Tonya, basada en la vida de una patinadora olímpica. Especial atención al personaje de la madre “yo, que lo he hecho todo por ti“. En fin. La realidad supera siempre a la ficción.