El jueves estuvimos en monitores.
Estamos ya casi de 40 semanas. Un embarazo tranquilo. Sin sustos. Después de monitores Eva me confirma que todo va bien, el líquido bien, la placenta bien y Matilde también muy bien, con mucha actividad.
Entra a ver al ginecólogo y media hora después se presenta con la cara descompuesta en la sala de espera. “Vámonos”. ¿Pero qué ha pasado? “Que el muy cabrón me ha hecho un Hamilton. Y nos quiere inducir el parto para la semana que viene.”
Para mí, hasta hace poco tiempo, conceptos como la maniobra de Hamilton me sonaban a chino.
Se lleva décadas realizando esta maniobra para “ayudar” a acelerar el parto, cuando el ginecólogo de turno decide que la naturaleza va lenta y que a él le va bien que se pongan de parto todas las que tiene hoy en monitores. ¿Por qué? ¿Camas disponibles? ¿Se va de vacaciones? ¿Tiene complejo de Dios?
El motivo da igual, porque no lo íbamos a llegar a entender nunca.
Hace cinco años, en “mi” primer embarazo (nótese el entrecomillado) yo era otro tipo de persona. Yo confiaba en el buen hacer de los profesionales de la salud y entendía que si hacían algo sus razones tendrían. Nos indujeron el parto con 39 semanas y acabó en cesárea.
Hoy un buen amigo me ha respondido este mismo argumento cuando he empezado a cagarme en los muertos del ginecólogo que sin pedir permiso ni avisar ha metido los dedos dentro del cuello del útero de mi mujer para desprender la bolsa un poco y provocar un parto adelantado. Entiendo que se induzca un parto cuando hay un peligro real para el bebé o la madre. No cuando es por comodidad hospitalaria.
Yo estaba indignado a niveles de “han forzado a mi mujer”. Lo que ha hecho sobrepasa las competencias de una exploración rutinaria. Mi mujer no es precisamente mojigata ni mucho menos ignorante. Nunca se hubiera dejado si no la hubieran engañado o coaccionado. Ella es experta en todos estos temas y tiene muy claro qué clase de parto quiere y sobre todo qué no quería. Yo sigo flipando con que un dinosaurio de la salud, que igual debería estar jubilado, le engañe y presione de esa forma. Según me dijo le recriminó que “hay que ver qué malas pacientes estáis siendo hoy todas”. Normal. Ahora están informadas y no pueden esperar a que os jubiléis la generación de médicos que se doctoraron en la dictadura.
Y además tiene consecuencias. Obviamente no para el ginecólogo. Adelantar un parto por que sí. Por que al médico le va bien, tiene secuelas.
“Mi” primer embarazo acabó en parto inducido por envejecimiento de placenta. Hoy precisamente dudo mucho que ese diagnóstico fuera hasta cierto. Porque hoy quieren inducir el parto de mi segunda hija por algo que ni existe ni afecta al parto. Vamos que pones una excusa y a programar partos en función de las camas. O de si hay fútbol. A saber.
Parto inducido. Oxitocina en vena y contracciones horas y horas. Y por mucho que lo indujeron Paulina, mi primera hija, dijo que no era su hora y que no salía.
Así es que a las 24 horas nos dijeron que había sufrimiento fetal después de tantas contracciones sin parir y que había que hacer cesárea.
Claro. No va a sufrir el feto. Después de 24 horas de contracciones. Todavía no estaba preparado para salir. Pero si el médico dice que es lo que hay que hacer. Ni dudas ni piensas. Obedeces.
Hoy he sentido rabia, odio y miedo. Y muchas ganas de matar al que ha abusado de mi esposa. Mi mujer y yo estábamos muy felices por estar teniendo un embarazo completamente tranquilo a nivel médico. Y de repente te enteras de que sólo te quedan cinco días para poder tener un parto natural. Si no parimos en poco más de 100 horas, a mi mujer le toca oxitocina en vena y a sufrir los partos programados de la Seguridad Social. Por lo visto en la privada pasa tres cuartos de lo mismo.
No queremos esto.
Te planteas no presentarte y punto.
Y es el momento en el que aparecen los amigos y familiares y te tachan de loco. Que lo único sensato es hacer lo que diga el médico que sus razones tendrá. Que es que hay que ver que te lees dos páginas en google y te crees que sabes más que los profesionales de la sanidad.
Y tu nivel de mosqueo aumenta. Y sobre todo el de incomprensión. ¿Sólo lo vemos nosotros? ¿Estaremos locos o exagerando? Lo comentas con la comunidad de blogueros y todos te entienden, pero. ¿Qué pasa con el resto del mundo? ¿Cómo en algo tan importante como el dar a luz el porcentaje de desconocimiento/pasotismo es tan brutal?
Yo estoy al lado de mi esposa. Confiando en sus decisiones por encima de todo. Sé que no va a poner en riesgo la salud del bebé. Sé que su prioridad es nuestra hija y nuestra familia. No el número de camas disponibles.
Históricamente el hombre en el parto pasa desapercibido. Invisible. Pero yo tengo claro que nuestro papel es el de apoyar a la madre en sus decisiones. No hacerle dudar de lo que ella tiene tan claro. Tenemos que empatizar y sentir que este momento mágico puede convertirse en pesadilla si no lo hacemos bien. Por lo que más quieras, no le hagas dudar de sus decisiones. No la presiones para dejarse guiar por el sistema en algo tan íntimo.
En “mi” anterior parto no lo hice bien. No estaba informado ni implicado en el nivel que hubiera debido estar. Dejé hacer y asesorarme por personas que disponían del cuerpo de mi por entonces esposa sin preocuparse más que porque aquello terminara cuanto antes y sin molestias innecesarias, para los demás, claro.
Un hombre de verdad tiene que apoyar a su pareja en las decisiones que tome sobre su cuerpo. Todo lo demás es miedo, no amor.
Ya ha pasado otra noche y Matilde sigue sin nacer de forma natural.
Y mi nivel de enfado aumenta.
Esta tensión es completamente innecesaria.
¿Por qué tiene tanta prisa?
Es como ir a recoger manzanas. No están del todo maduras pero es que ya no vuelvo al campo hasta dentro de dos semanas. Así es que al zurrón.
Pues mi hija no es una manzana y yo no quiero que induzcan un parto sin un motivo médico de verdad.
No sé cómo acabará esto.
Lo veremos en pocos días.
Cuando Matilde, nuestra hija, decida.
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