Hablando con otro papi divorciado, esta semana, le he soltado esta frase:
Piensas que puedes hacer tu vida y que puedes pasar de lo que haga la ex, pero no puedes dejar de ser padre aunque los peques no te “toquen”
Al principio de estar divorciado se te acercará mucha gente con muy buenas intenciones a darte consejos
Los hay que no han pasado por lo mismo, ni siquiera tienen a nadie de su entorno que lo haya sufrido y sin embargo te darán sabios consejos desde su inexperiencia.
Luego están los que hemos pasado por ello.
Incluso alguno que lo ha pasado tan mal que ha tenido que ir a terapia y que te dará consejos basados en su dura experiencia.
Sí, por favor, que no quiero volverme un padre divorciado loco. ¿Cómo evito sufrir por tanta injusticia? Apenas puedo ver a mi hija y es como si a nadie le importara. Todos me dicen que no me preocupe, que la niña crecerá. Que confíe en que la madre querrá lo mejor para su hija también. Pero tú y yo sabemos que eso no consuela.
Y me dió varios consejos. Me quedé con una frase que me he estado repitiendo como un mantra estos últimos años:
Si no está en tu radio de acción, ni pienses en ello, porque sólo podrás torturarte con lo que hace tu ex cuando está con tu hija
Tiene sentido.
Yo no me meto en su vida igual que no quiero que se metan en la mía.
Pero.
¿Dónde está el límite?
Como le dije a Joaquím ayer, yo sigo siendo su padre aunque sean las vacaciones de su madre. Hay cosas que no puedes tolerar.
Cuando hablas con tu hija por teléfono. Notas su tono de voz y te dice que no ha dormido bien. Sabes que no está en un entorno conocido. Que la madre tampoco está durmiendo con ella. Que llevas días pidiéndole por favor cambiar esa semana. Sabes que se va a 3.000 km dejando a mi hija con su novio, en una casa con desconocidos. Y ni siquiera te responde. Y te deja caer que la culpa de que tu hija vaya a sufrir varios días y noches sin ninguno de los padre es tuya por haber pedido la compartida. Que ahora me aguante. Que no hay cambio que valga. Y que no se me ocurra pasar a verla.
Escuchas que ella es libre de hacer lo que quiera.
¿Libertad? ¿Y la responsabilidad de ser madre? ¿Dónde la dejamos?
Pues ahí quizá haya pasado el límite para la no intervención
Ahí quizá empiezas a llamar a la abogada.
Pedir consejo a amigos divorciado o no.
Llamar a familiares suyos para pedir que por favor intervengan ante esta insensatez. Que Paulina es pequeña, que nunca ha dormido más de una noche sin sus padres, y se quedó con los abuelos y unos primos.
Que no conoce la casa.
Que puede causarle mucho daño y para mucho tiempo.
Que es muy pequeña.
Que le hagan recapacitar.
Y no sabes bien cómo.
Pero tu pataleta surte efecto.
O igual le cambiaron el turno de trabajo al novio.
Qué más da.
Tu hija te habla al día siguiente feliz porque ha dormido con sus abuelos, en una casa que conoce. Con familiares. Su tono de voz es completamente distinto.
Ahí piensas que ha valido la pena el disgusto, la pelea y escuchar muchas opiniones en contra de la tuya . Hacer oídos sordos a la “no intervención” y tomar partido en lo que de verdad importa.
Ahí te das cuenta de que a veces tienes que enfrascarte en una batalla que no has provocado pero en la que tienes la razón. En la que el premio es evitar sufrimiento a una niña de cinco años.
A tu hija.
Aunque no “te toque”.
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