El año pasado, hablando con Juan Carlos de mi equipo de natación, le pregunté con mi indiscrección habitual:
“¿Y cómo se hace uno vegetariano, así de golpe?”
Y con su franca y directa sabiduría me dijo una verdad de la que hasta ese día no era consciente:
Pues por lo que hacemos las cosas los hombres. Por una mujer.
Yo era un niño tranquilo. Me educaron para ser bueno. Educado. Serio. Si no me robaban el bocadillo en el colegio era porque no llevaba. De adolescente la cosa cambió. Me adapté a ser uno más e integrarme en un grupo de amigos sin que se me vea demasiado no sea que pase algo. Intentar pasar inadvertido. No hacer.
Un ejemplo de esas cosas que “no hacía por no molestar” lo tengo de los veranos en la playa. Unos amigos tenían su bici de carretera. Yo lo flipaba en colores con esa bicicleta. Comparada con mi bh era la hostia.
Pero lo que sí era la hostia y no me daba cuenta era su actitud. La llevaban con dos cojones desde Sevilla a la playa. Más de 80 km por carreteras con tráfico veraniego. Su padre no quería meterla en el coche para que no se manchara el maletero.
Cuando proponía algo así en mi casa, la respuesta siempre era “eso es peligroso” y que me olvidara. Obviamente en mi mente siempre había que pedir permiso. Desde entonces, siempre quise tener una bici de carretera.
Figuras inspiradoras
Mi “no hacer cosas” tiene un antes y un después. Y como mi muy sabio amigo Juan Carlos me dijo, el detonante siempre es una mujer.
Hasta que no conocí a una mujer que me hizo ver las cosas de otra forma no fui capaz de empezar a decidir cosas por mí mismo. Dejar de pasar por aquí y vivir las cosas que me gustaban. El culpable, por supuesto, el amor.
La madre de mi hija es deportista. Después de verla en una competición, no tuve más remedio que comprarme una bici de segunda mano, en Zaragoza además, pero esa es otra historia.
Era muy romántico pedalear juntos por esas carreteras subiendo y bajando, sudando, sufriendo y disfrutando.
Otra cosa a la que me animó el amor fue a intentar vivir sin tantos miedos y a VIVIR en mayúsculas. Viví muchos años creyendo que tenía una mentalidad controladora. Que no podía vivir fuera de la seguridad de conocer todas las variables. ¿Hijos yo? Demasiados factores a tener en cuenta. Sería imposible. Moriría de un infarto. Nunca querré esa responsabilidad.
¿Nunca?
¿Estás seguro?
¿Por qué no? Esto es diferente a todo lo demás. Seguro que es el momento adecuado. No pienses. Actúa. Sé. Vive.
Independientemente de lo mal que acabó mi historia personal con quien ahora es mi exmujer, no puedo dejar de agradecerle todo lo bueno que me aportó y toda la valentía que hizo aflorar en mí.
Hasta que la conocí nunca me había atrevido ni a nadar hasta la boya esa que hay en la playa. ¿Y si hay un fondo abisal insondable? Tiburones en Matalascañas ¿Cómo? ¿Nunca los viste?
Pues algo tan simple como eso es extrapolable a todas las demás decisiones de mi vida.
Esa valentía que mi actual pareja me achaca hoy en día y de la que no era consciente en absoluto.
Esa valentía por la que muchos ahora dicen que estamos poco menos que locos Eva y yo por tener un hijo juntos “con la que ya tenemos encima”.
Pues a Eva le debo si cabe más todavía.
Vivía encerrado debajo de un montón de máscaras, como ese adolescente que quería pasar desapercibido en el instituto no sea que lo pasara tan mal como en el colegio.
Y fue ella. Eva. Una mujer. La que me rompió con hostias de realidad una a una esas máscaras. La que me hizo ver todo lo bueno que nos perdemos intentando no molestar y fingiendo ser otras personas que no somos. La que me hizo darme cuenta de un millón de cosas que no sabía que eran posibles. Que se puede tener una vida plena, de acuerdo a lo que uno quiere. Que sí. Que no son fantasías. Son sueños y se pueden hacer realidad. La forma que cada uno tenemos de entender la familia, la intimidad, la pareja, el amor, la crianza. De acuerdo a lo que aquí dentro te dice que tiene que ser. No como te habían dicho. No como lo que has visto.
Por eso tengo que dar las gracias a la mujer y al amor en general. Ya que son ellas las valientes. Las que están conectadas con el mundo real. Con su interior. Con los sentimientos. Y básicamente las que más pelotas le echan a todo.
Parafraseando a mi entrenador Samu:
Que ya sabemos que quien tiene más cojones de todo el equipo es Maca
Muchas gracias a todas las mujeres que han formado parte de mi vida y que de una u otra forma han hecho de mí lo que soy hoy y lo que seré mañana.
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