Hace bastante poco me escuché a mi mismo repitiendo frases del tipo “Y punto”, “Ni pero ni pera”.
Y es que cuando los peques crecen y empiezan a razonarte, te das cuenta de que igual no eres tan listo o las normas caseras no se pueden mantener en el tiempo sin que las cuestionen y te las pueden rebatir en un momento. Y oye. A veces ellos tienen la razón y no puedes defender alguna postura. Por muy cómoda o práctica que nos sea a los padres.
Entonces llega ese momento en el que te escuchas respondiendo “Ni pero ni pera, es tarde, pipí, dientes y a la cama”. Dios mío, me he convertido en mi madre. Y no puedes evitar reirte. Aunque su enfado sólo haga crecer, y con razón.
Y en realidad podrías dejar que se quedara un rato más para ver el final de la peli. Oye, hasta yo tengo curiosidad por saber qué pasa al final con Lavagirl. Y total, entre la rabieta que se va a agarrar, las pocas ganas que tendré de levantarla tan temprano por la mañana. Cuando está tan dormidita. Sobre todo en invierno, que a las ocho aún es de noche. Bah, venga. Nos quedamos viendo la peli. Nos acostamos tarde. Dejamos que se levante cuando su cuerpo se lo diga y haya descansado. Llegamos tarde. Total. Está en infantil. Qué más da. Se va a perder pegar cuatro gomets más o menos.
Pero no.
Acabas diciendo esa frase tan bonita y madura de “Porque mañana hay cole y punto”, “Porque lo digo yo que soy tu padre”, porque…
Acabamos comportándonos como tenías tan claro que no harías. Como un adulto déspota y bastante injusto.
Que sí. Que es por su bien. Que no puede ir al cole con sueño. Que dicen que el cole es bueno. Que, que…
A veces me salto las normas. Si son capaces de ganarme en la retórica. Si me desmuestran de forma inapelable que tienen razón y que la justicia está de su parte (justicia y razón, conceptos humanos cada vez más olvidados). Sólo a veces. Les dejo que ganen.
No se merecen menos que pensar que el mundo que estamos creando para ellos tienen lugar esos conceptos abstractos y en desuso como la justicia. Al menos en mi casa quiero que a veces les quede el derecho a llevar la razón y que se la reconozcan. Aunque sea incómodo para los adultos. Aunque nos lleve a “empoderarlos” y no tenerlos sometidos a nuestro ordeno y mando.
Quizá estemos creando personas caprichosas, justas y malacostumbradas a que les den la razón cuando la tienen. Sólo quizá. Eso en el mundo real es probable que les cueste un desengaño o cien. Pero en mi mundo. En el que formamos aquí los casi cinco que somos en casa. Me gustaría que fuera una realidad.
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